Hoy ha amanecido el día nublado. El sol se abre paso tímidamente entre las nubes. De vez en cuando se asoma con descaro y deja sentir su calor con intensidad. No sé por qué, pero este vaivén de luz y sombra me hace recordar días de mi vida, en los que mi estado de ánimo cambia tan rápido como el día y la noche.
No sé si será una virtud o un defecto, pero tengo la capacidad de olvidar lo malo. Llámalo inconsciencia quizás…, pero me olvido de las cosas malas que me pasan, y cualquier cosa pequeña del día a día hace que me ponga feliz. Un café caliente por la mañana, el ronroneo de mis gatas, el sonido de la lluvia contra la ventana… Son esos pequeños detalles los que iluminan mis días, incluso cuando todo parece gris.
A veces pienso que esta capacidad es un regalo. Me permite seguir adelante sin cargar con el peso de los malos momentos. Otras veces, me pregunto si no será una forma de evadirme, de no enfrentar del todo lo que duele. Pero, al final, creo que es simplemente mi manera de encontrar equilibrio en un mundo que a veces parece demasiado caótico.
No me gusta quejarme, y tampoco me gusta la gente que se queja continuamente. Me gustaría poder explicar a esa gente mi capacidad (o inconsciencia) para disfrutar de las pequeñas cosas bonitas, dejando en el olvido las que nos hacen infelices. Pero me he dado cuenta de que no todo el mundo tiene esa capacidad, y que, además, yo tampoco tengo la forma de explicarla ni la paciencia necesaria para ello.
Quizás sea porque cada persona vive sus propias batallas. Lo que para mí es un pequeño rayo de sol entre las nubes, para otro puede ser insignificante. Y está bien. No todos tenemos que ver el mundo de la misma manera. Lo importante es respetar cómo cada uno elige enfrentar sus días nublados.
Hoy, mientras observo cómo el sol lucha por abrirse paso entre las nubes, me pregunto cómo podemos ayudar a quienes tienen más dificultad para ver la luz. No con quejas ni consejos no solicitados, sino con pequeños gestos: una sonrisa, una palabra amable, un momento de escucha. A veces, eso es suficiente para iluminar el día de alguien.
Y también me pregunto cómo puedo seguir cultivando esa capacidad mía para encontrar belleza en lo simple. Tal vez sea cuestión de práctica, de detenerme un momento cada día para apreciar lo que tengo, en lugar de enfocarme en lo que falta. O tal vez sea simplemente aceptar que, como el clima, los estados de ánimo son cambiantes, y que está bien tener días nublados, siempre y cuando recordemos que el sol siempre está ahí, esperando su momento para brillar.
Este día nublado me ha recordado que la vida es así: una mezcla de claros y oscuros. Y aunque no siempre podemos controlar el clima, sí podemos elegir cómo enfrentarlo. Para mí, la respuesta está en esos pequeños momentos de felicidad que, como el sol entre las nubes, iluminan incluso los días más grises.
¿Y tú? ¿Cómo enfrentas tus días nublados? ¿Tienes alguna pequeña cosa que te haga feliz, incluso cuando todo parece ir mal? Me encantaría leer tus reflexiones en los comentarios.
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